sábado, 26 de febrero de 2011

El pez muere por la boca

Este tema ya tratado ha tenido continuidad pero no ha sido reportado en este blog: justo las nenas a las que les gusta esto han sido promovidas en la empresa, cosa que yo no. Como si el gustar de tales huesos televisivos estuviera somehow correlacionado con ciertos cotizados talentos laborales. Qué perversa y estrecha manera de ver el asunto, lo sé, porque si soy arrogante y pienso que siendo así, mejor fracasar en el trabajo, me justifico de plano para fracasar en el trabajo. Y no estoy segura de querer fracasar, tiene que haber una vía al éxito profesional sin necesidad de seguir estos bodrios televisivos. Hace rato superé a la vaca imbécil -blöde Küh- Bridget Jones.

Colega (ver Miranda me perdone) detallista -ver Colega- se va de la división después de haber jugado un papel decisivo en una época de turbulencias e incertidumbres. Sin embargo el estrés de todos fue tal que yo -la vaca insensible del detalle- fui la única que se acordó de organizar el regalo de despedida. No daba el tiempo ni el ánimo para álbum de fotos comentadas ni chocolocuras por el estilo, así que tocó conformarse con tarjeta convencional firmada por todos, impersonal bono de compra por más de €150 en una tienda chic de Düsseldorf y como intento de guiño y personalización, los DVD de la tercera temporada de "Doctor's Diary", el bodrio arriba mencionado. No deja de parecerme una broma cruel del destino que justo yo haya tenido que comprar ese DVD; ruego para que no me haya visto nadie con el DVD en la mano mientras me dirigía a la caja de la tienda. Me alcanzó la lucidez para hacerlo empacar con el bono impersonal y quedó re-bonito, como a mí nunca hubiera podido quedarme, pero sobre todo como colega detallista se merece que se lo empaquen. Es que ella es la mata del detalle, cualidad que es para mí como el dibujo de una golondrina sobre el caparazón porque, insisto, soy bien res para eso.

No podía irme chirosa como suelo estar el fin de semana a la tienda chic del bono. Tuve que medio arreglarme, gracias a lo cual no me sentí mosco en leche en la glamorosa Königstrasse düsseldorfeña. Tomé un latte machiato en un restaurante concurrido en Kaiserstadt. Compré juiciosa el regalo de colega detallista y luego hice el deber de comprar algunas vestimentas: un primoroso vestidito de corte Josefina Bonaparte, un pantalón con las arrugas por delante que ya sabemos pero lo suficientemente oscuro para disimularlas, por lo demás buen corte y, valga decirlo, en rebaja, y un discreto suéter azul tirando a rey. Para recompensarme por mi buen comportamiento de haber comprado ropa -sigue siendo un deber, un sacrificio, nada que haga con gusto-, pasé por la librería de la zona y salí con una antología de relatos de Hanif Kureishi, un libro de Siri Hustvedt, que supuestamente es mejor que su marido, y un librito del relamido Palahniuk.

No esperé reconcer que gracias a colega detallista pudiera pasar un día de "típica mujercita" como generalmente no los tengo y acabara gustándome.

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