lunes, 18 de marzo de 2013

Se rompe un silencio

Bien es cierto que dice más lo que uno calla que lo que uno dice, pero ya ha durado este silencio un buen semestre.  Desde que finalmente tuve arrestos para enviar al último engendro de relación a su respectiva mierda, he estado sola.  Más o menos la mitad de ese tiempo estuve lidiando con una recaída que tenía que darse tarde o temprano pero que hasta ahora no había tenido la oportunidad de tener lugar:  la verdadera nostalgia / saudade del #miex.  Ya estaba ahí la necesidad de contactarlo para evitar pagarle al fisco alemán algunos miles de euros que me cobraban por una declaración de impuestos hecha a las carreras y con las patas -por mí- cuando él me llamó a preguntar que cómo estaba.  Esas horas que compartimos fue volver a  revivir esa compinchería que no he vuelto a encontrar ever, recordar y reconocer un aspecto de esa pérdida que por el transcurso de los hechos había permanecido invisible.  ¡Se rió de mis chistes metafísicos! hacía cuánto yo no vivía tal portento, que alguien se riera de eso.  El caballero manifestó no tener agenda, cosa que obviamente no era cierta porque estaba muy cariñoso y meloso, eso me complicó también en algo los sentimientos, pero no caí tan bajo, de un abrazo lloroso y de caminar por Colonia y ver El Hobbit tomados del brazo de gancho no dejé pasar el asunto.  Con esa tusa tuve para entretenerme el resto del invierno, que estuvo oscuro (el más oscuro en 43 años) y sigue frío.  Sigue -remember que es middle march-.  En enero por andar corriendo a tomar el tranvía resbalé -malparida empresa de transporte público no había limpiado de hielo la estación- y caí cuán larga soy sobre el lado exterior del muslo izquierdo.  Me incorporé inmediatamente y logré subirme al tranvía, pero me dieron naúseas del dolor tan infeliz.  No me salían las lágrimas aunque latían en la sordina del dolor.  Daba alaridos de dolor en la oficina cuando me acomodaba mal en la silla, aunque eso sólo fue el primer día.  Quedó un morado que mutó a verde y luego a negro antes de difuminarse.  El dolor tardó semanas en irse.  Tal cual sentí que fue la tristeza de haber extrañado por fin el lado que me unía con el #miex.  He prescindido de contactos posteriores -que él no deja de proponer-, aparte del día de su cumpleaños en que le mandé un texto corto y hablamos 1:08 min cuando me llamó de vuelta.

El resto del tiempo me he encargado de despreciar al sujeto del obsequio fallido (y de despreciarme a mí misma por haber llegado a atribuirle viabilidad al asunto, guácala) y por ende de encontrar agobiante el mero hecho de considerar la presencia de alguien y de alegrarme montones de andar a mi aire.  En suma, en modus "a mí que no me jodan" (dicho con la entonación de mi abuelito, una í muy larga y el resto de la frase breve).  También está bien así.

1 comentario:

Javier Moreno dijo...

(Ovación de pie.)