sábado, 17 de agosto de 2013

Una de aquellas viejas anécdotas

Corría 2003.  Yo me había trasteado a un barrio hype de Hamburgo y estaba gastando la mitad de mi beca en arriendo, pero a pesar de lo caro y lo feo que era el apartamento, estaba tan bien situado que las zonas de bares y parranda de la ciudad eran más o menos como la sala de mi casa.  La zona de bares más próxima a aquel apartamento era el Schanzenviertel.  Cuando llegué a la ciudad el barrio comenzaba a gentrificarse, pero aún quedaban rezagos como los junkies en los portales dándose el primer shot del milenio en la noche vieja de 1999. Aunque parezca increíble, la gentrificación sigue: pensé que ya no cabían más tiendas chic de diseñador independiente, pero la última vez que estuve, en mayo de este año, vi que siguen multiplicándose.  El Rote Flora aún se erige como único bastión de lo que fuera el barrio alguna vez.

Serían las 4 am de algún sábado de primavera tardía y yo ya iba camino a casa. La última parada por entre las tiendas la hice en un local minúsculo en el que sólo había una barra con puestos al frente y ya.  Los cigarrillos que llevaba no prendían por alguna misteriosa razón a pesar de no estar mojados.  El tipo que estaba al lado se dio cuenta y me hizo algún comentario.  Así fue que comenzamos la charla a aquella hora tardía, o temprana, según se vea.  Cambiamos teléfonos y seguimos viéndonos.  Resultó ser originario de un pueblo al norte de Hamburgo, hijo único de un urólogo y una finlandesa.  Viendo una foto de su mamá en su apartamento, supe que de ella tenía lo rubio intenso -llevaba el pelo a eso de la altura de la oreja- y una dentadura muy similar a la de Felipe, el amigo de Mafalda. Dizque estudiante de medicina, pero más por imposición familiar que por mínima inclinación, no digamos ya vocación.  Desordenadísimo, pecuecudo, inconstante, mimado y bruto.  Delgado y -ejem- formidablemente dotado. Aún cuando niño rico (su familia era la dueña, entre otros, del edificio en el que él vivía en el Schanzenviertel en Hamburgo (!!!) y de una villa vacacional como se describe below), era tacaño:  siempre partió cuentas y tendía a evitar pagar / pagar menos haciéndose el enojado por el mal servicio.

El hombre se fue aquel verano a pasar vacaciones en la casa que sus padres tenían en la Costa Brava.  Estaba sacando la licencia de navegación, el último juguetito del padre era un yate pequeño. No dejaba de llamarme todas las noches.  Cuando le conté a mi guía espiritual, no vaciló en regañarme por no haber hecho antes los planes para caerle.  Así fue que como tan pronto él presentó su examen de la licencia navegadora  y se quedó home alone -los padres también estaban-, me monté en un vuelo pitufo desde Frankfurt-Hahn a Barcelona-Girona para pasar 4 días en una casa con piscina en una terraza con vista a la bahía de Rosas, a orillas de la carretera ascendente que conduce al restaurante El Bulli.  El hombre era vano y tonto, pero norteño al fin y al cabo: el norte de Alemania es rico pero la gente bien no se boletea por principio, así que nunca hizo alarde de su riqueza, jamás hizo descripción alguna de la casa, todo fue sorprendente cuando llegué. Días de piscina y/o playa, cerveza, comida.  Noches de champaña, porros y fuegos artificiales en la bahía casi a la altura de los ojos.  Fue divertido que el español fuera el business language consiguiendo hachís en la playa con norafricanos .  También hubo excursiones cortas a los alrededores: la casa tenía su propio carro, un Mercedes setentoso, y su propia moto.  Fueron días bonitos.

Claro que no hay dotación formidable ni paisajes bellos de fondo que logren compensar la falta de inteligencia y la malhomía / malagentez.  A su falta de seso el hombre sumaba sus excesos -por ejemplo el numerito de las llamadas ebrio a las 3 am-. Ya ni me acuerdo cómo fue que terminó todo, creo que fue por teléfono.  Hubo pipa de la paz, telefónica otra vez.  Hizo por buscarme después algunas veces, pero siempre con tan mala suerte que yo ya tenía plan, no era pretexto para no verlo.  No volví a saber de él jamás.

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